jueves, 28 de mayo de 2015

qué plan

Huelo mal. Abro las piernas para extenderlas sobre el macuto y la señora de mi derecha se entera inevitablemente de mi sexo. Estiro los brazos para hacerme una coleta y el señor de mi izquierda acusa en un gesto arrugado el sudor de mis axilas. Hace muchos días que no paso por casa y ya no sé qué casa es esa. ¿Pesa mucho?, pregunta en el ascensor del metro un extraño en nuestra única oportunidad de compartir diálogo. Un poco, pero ya llego, he respondido. Ya llego a dónde. A qué estoy volviendo.

Hace muchos días que salí de casa. Que guardé en este macuto lo primero que alcancé a tocar en el armario entreabierto y oscuro. No quise encender la luz supongo que para no despertarme. He subido a autobuses y he parado en estaciones de servicio. He robado tabletas de chocolate y casi me llevan a comisaría por una lata de acuarius. He dormido en las aceras hasta que pude dormir en la arena. La arena por fin, había pensado. Pero qué va. Ni idea de qué fin es ese, a estas alturas. No sé qué aventura es esa que estaba esperando.

La ciudad es salvaje. Tengo que ahorrar para sacarme el carnet, quiero comprarme una furgoneta como la de Cris, la chica por la que quise emborracharme en el kilómetro equis y que se me escapó de seis besos y tres dudas.

Vuelvo a casa, cómo estáis. Bien, bien, toda una aventura. Bueno bien, un poco volada. Voladísima. Dónde está esa ducha. A ver si me sale algún curro, quiero sacarme el carnet, voy a comprarme una furgo y a montar dentro una cama. Voy a mirar las estrellas de los sitios sin farolas con la cabeza colgando por fuera del maletero. Y a hacerme un dedo y que no baste. Voy a seguir buscándome la soledad del viaje. Huelo mal, dónde está esa ducha.

lunes, 18 de mayo de 2015

me muerdo los dedos cuando

tengo un padrastro.
Cuando quiero mojármelos.
Cuando quiero que te mojes.

Lo hago casi siempre que estoy preocupada. Nerviosa. Asustada.
O distraída, también cuando me distraigo.

Tengo en la boca los dos pulgares
porque estoy a punto de ganar algo.
Cuando pierdo, tengo en la boca los dos pulgares.

Me he metido el anular en la boca para hacer sonar tuc-tuc a mis uñas contra los dientes.
Para leer sin la voz.
Para esperar a que termines de leerme.

Me muerdo me chupo los dedos
cuando saben a comida. Cuando la comida es tu orgasmo.
El mío.

Me meto en la boca los dedos
porque estoy de foto.
Porque ay, pica.

sácate las manos de la boca,
que están sucias.
Yo me muerdo
mucho
buscándome el placer el dolor la conciencia de la carne.
Mi sangre.


sábado, 16 de mayo de 2015

sal.


Quiero la piel roja de sol y salada
el pelo apelmazado en mechones rizados de sal
Quiero ojos vena roja y uñas escama
el oído buceando caracolas y el
ombligo acunando una arena blanda.
Límpiame tú, mar, de lo que no será.

Hoy he soñado que conocía a tu hijo.
Tenía el pelo rubio pero nunca fui su madre
estaba aprendiendo a andar y nos mirabas con vergüenza
porque nunca fui su madre.

Me he soñado pegando la oreja a una pared de esperas.
Al otro lado le hablabas de mí a tu psiquiatra y ella te decía
basta
olvida a esa mujer ya basta,
tú desesperabas.

Buenos días soledad. Yo quiero el agua turbia
con las olas leves
haciéndome en el iris un paisaje
de geometrías suaves.
Limpiarme esta mañana en agua sal hecha de lágrimas
que no lloré yo. Que lloró la soñada.

lunes, 11 de mayo de 2015

setecientas treinta noches conmigo




Va a hacer dos años del día
que cumplí veintiséis años y dijimos:
esto no va, mi amor, qué puta mierda, qué locura.
(Y algunas palabras más).

Setecientas treinta noches abrazándome al cojín marrón de terciopelo
al rojo pequeñito al azul marino a una sudadera al bulto del edredón a otros cuerpos que no son el tuyo                                                                                                               a
                                                                                                                          lo                                                                                                                                                            que                                                                                                                                                                     sea.

A los seis dormía sola y a los veintiséis, ya ves.
Fue faltarnos y no sé
concebir el sueño sin algo
que haga nido al otro lado de mi codo, que amasar con los dedos.

Había un dolor de pájaro roto en las noches sin otro,
en las noches con otras que quise olvidar antes del desayuno.
Había un dolor, mi amor, de no estar sabiendo
que no existe forma de que duerma sola.
De no haber entendido que nadie
duerme
nunca
en una cama vacía.

domingo, 10 de mayo de 2015

zumo de asfalto


Se ha puesto las botas de agua porque no tiene sayo y en este mes nunca se sabe qué va a hacer de nosotras el clima. Y sobre las botas una falda corta que le enseña a todo el mundo sus rodillas moradas. Y sobre la falda una camisa sin mangas que deja ver unos brazos salpicados de lunares. Dan muchas ganas, al verla pasar, de echar mano de un bolígrafo y unirle aquellos puntos para hacer constelaciones.

Casi todas nos quedamos con las ganas. De hacer constelaciones en sus brazos, de recogerle el pelo tras la oreja (quita, que así estoy muy fea), de sacarle a manotazos las botas de agua y darle besos en la punta de los dedos de los pies (¿has visto qué bonitos, mis pies, con las uñas pintadas?). Camina hacia rincones que no cuenta a nadie y empiezo a sospechar que no va a ningún lado. Quizás porque ya está donde buscaba: Madrid es la casa hiperactiva y cementada que imaginó en la infancia de trigales, el olor a coche atravesado, el sabor a zumo de naranjas-gasolina. Madrid es una excusa para no tener que seguir siendo esa que todos esperaban, porque en Madrid sólo cuenta de sí lo que quiere que el resto contemos después, cuando marcha. Yo sé que la sé de mentira, pero es una mentira hermosa, la que enseña.

Todas nos quedamos con un algo de su ausencia prematura, con un algo de su voz rota y su tacto. Todas las que hemos brindado con sus manos frente a un vino blanco, las que se quedaron en el portal, las que le empapamos de olor a intimidad las sábanas que cambia, deprisa, la mañana en que nos vamos. No hay forma de no recordarla.

Está sola y pienso que se basta. Los cardenales de sus rodillas de los que antes te hablaba son de lanzarse aprisa contra lo que viene: y lo que viene es nuevo siempre, y en lo nuevo no le cabe nadie que ya ha estado. Tan inabarcable-tan ligera-tan honda, su huella de piel alunarada y esa sonrisa de niña que se ha terminado a escondidas las fresas que mamá preparó para los invitados. Tan de paso por todas-tan de paso en mi historia que ser anécdota en su mes de mayo es diminuto y me basta.